Fedro San Telmo

 

  


CICLO DE POESÍA

Coordinado por Florencia Walfisch y Ana Lafferranderie

poesia@fedrosantelmo.com.ar
(escribinos para recibir información del Ciclo)

 

 

 

 


Junio 2006

 

Mercedes Araujo

 

Vi lo que vi

(Septiembre de 2007, del libro inédito Viajar sola)

 

 

Dije mis oraciones a las mandíbulas negras, dije plegarias

a mujeres.

 

Vi lo que vi. La madrugada esfumándose en fresca luz verde.

Movimientos de tobillos

un árbol verde hierba y el cuerpo de Simón

columpio.

 

::::::::

 

Vi lo que vi: cráneos de elefantes con memoria

hombres lince, mujeres con velos como murallas

una cafetera árabe en una plaza custodiada por pastores.

 

Todos los animales tememos a otro.

 

::::::::

 

Vi lo que vi, una jirafa con pestañas de mujer pisando sus patas

derechas a un solo tiempo, turbada, resoplando y turbada.

 

Una hembra a contraluz del sol ofreciendo sus ojos.

 

::::::::

 

No todos los peces toman el aire del agua, no todos tienen una

base ósea, placas y arcos bronquiales, no siempre no todo el

laberinto está cubierto por una membrana.

 

Un belicoso pez - viejo y macho- que sondea arma un nido de

burbujas, toma el aire lo conduce por el laberinto de su cuerpo y

forma el nido.

 

Ví lo que vi. Lleva la hembra debajo de él y la abraza. La pareja

cae en letargo. También nosotros ensayamos movimientos

mínimos

acuáticos y subacuáticos.

 

::::::::

 

El pájaro planeador se suspende sobre corrientes, observa

cadáveres con las alas extendidas y arma rutinas persecutorias

 

cada uno atesora su mejor momento haciendo brillar los ojos

avizores.

 

::::::::

 

Vi lo que vi: movimientos furtivos en la hierba, cuatro leones

atraviesan la bruma allí en la nada donde las plantas cambian,

un bosque que luego es pradera y nuevamente un bosque.

 

No me defendí esa noche ni la siguiente.

 

::::::::

 

Patas descalzas trepan gatean las manos, atrapan verdes frutos.

Simón azul y blanco entre ramas rugosas

cerca del cuervo una flor violeta se sujeta al tallo, vi lo que vi:

el verde es verde, rugiente

es venenoso, ningún verde es agua.

 

::::::::

 

Si fuera Simón, cuerpo entre las ramas, manos descarnando

frutas, arrancaría las más brillantes

las echaría a tierra

las cargaría a casa.

 

Los frutos verdes maduran, cuerpo de oruga.

 

 

Poema de autor elegido

 

 

Paula Jiménez

 

Espacios naturales

“Para olvidarme de ti
voy a cultivar la tierra

Violeta Parra

III

El fuego enlaza la ramita y desenlaza
el halo que se va, su cola tornasol al disiparse
o baja y prende en lo cercano.
Todo sigue su ritmo natural,
enlace y desenlace llegan juntos,
se van al mismo tiempo.
El fuego como el ojo
del huracán, observo,
es un centro que repta, se desplaza
y en su camino alumbra
lo que quema.
Crepita la madera murmurando
su queja y no obstante
acepta este momento, se despide.
Me dijo volveré, seré cenizas.
Vuela, se mete en la nariz
de mi gato que estornuda,
él sacude su trompa y en las ramas
los pájaros escuchan la advertencia,
revoloteo de plumas en huida
o escondite en el barro
de sus nidos.
Todo sigue su ritmo natural
la mezcla del azar, la biología
y una pequeña parte de intención
que no sirvió de nada.
El polvo dice es tan fácil caer.
Y todas las partículas son una
hablan al mismo tiempo
como un coro de grillos
que en la noche imitan el silencio.
No tengas miedo, dice, no hay temor
alguno en el amor por eso el fuego
bendice lo que quema, la lluvia lo que inunda.
Y todo sigue su ritmo natural.
No hay historia ni hay hechos,
oxígeno convertido en fuego
materia en aire puro
permanente desenlace y salvo
los sauces inclinados sobre el río,
nada llora.



Hacia el viento

A Serena

Aire irrepetible que llama al movimiento,
como pisar dos veces las arenas de un río.
Algo pende de la rama aquella, algo
idéntico al recuerdo
que barre la lluvia nuevamente.
En remolinos las hojas, la pinocha
las ramas que una acción desconocida ha vuelto trizas.
¿No existen responsables en el bosque?
quizá nosotras
por regresar a la frescura de los pinos, haber estado
en la humedad de la tierra,
volver, ¿quién sabe? Se oyen los pájaros,
se cuela como siempre entre los nidos
el mar sonoro.
Cerca, atravesando las casillas
la ruta gris nos arde en los pies, los pasos
que no haremos dos veces.


Con el atardecer, en bicicleta
por la ladera que rechaza la ascensión,
la gravedad repele nuestro esfuerzo
modesto de trepar
al llano oscuro. Veremos otra vez morir el día,
disolverse las horas, transformada
una cosa en su aparente opuesto.
Pero de este enfrentamiento nace el mundo
que multiplica y divide su camino.
Como los dos sentidos de la ruta,
así también nosotras
estamos avanzando hacia la noche,
extrañas que parecen
confiar más en la luna que en sí mismas.
Y cuando todo baja,
estrellas en las manos que resisten al sueño
buscando comprobar la realidad.


Andar a tientas,
pisando las raíces que se elevan
y se vuelven tramperas sobre el monte,
el ramerío seco
guardando en el arrullo de su empuje
el canto de las aves, el eco vibrante
de los grillos. En este bosque
la maldición separa a las personas
como un abrir de pétalos.
Un pimpollo abandona
su gesto ensimismado, el excesivo
cuidado de la luz y del oxígeno. El centro
estalla donde el bosque estalla
y es el amor humano
el resplandor
que los ojos refractan y convierten
en su punto de mayor oscuridad.


En la fuga del camino el sol nos ciega,
la tarde es plena, indeclinable
un recorrido
infinito nos atrapa, cierto oasis
de futuro continuo. Sucede así en la ruta,
porque al mirar hacia delante nada
parece tener fin,
si acaso fuese el mar que va y que viene
todo sería distinto.
La caída del sol sobre la playa
alarga las sombras de las cosas
que permanecen en el mismo sitio.
En cambio en el camino
nadie en el mundo,
ni vos ni yo, ni las casas están quietas
y en conjunto avanzamos
hacia el fondo variable.
Pero de pronto algo
cae compacto, parejo, sin errores,
no queda un resto fuera de este frío.


¿A dónde estás? Parece
que se pierde mi voz entre los árboles,
más gritan los pichones metidos en sus casas
o el mar que siempre vuelve. No,
el mar suena en la gente
como un clamor constante, en cambio
en esta voz que te pregunta
se escucha intermitencia, altisonancia,
la variación más débil. Las palabras ignoran
el curso inapelable, progresivo,
que si la lluvia cae, aún si gira
un huracán dentro del bosque,
su fuerza individual, devastadora
es condición también de una rutina
furtiva entre las rocas.
No es más que eso la vida.
¿A dónde estás? Pateo
las ramas desprolijas, el desparramo es obra
de los años y de la tenue brisa transformada.
La pelea de otros
decide el territorio y no aprendemos,
imposible parece rendirnos ante el bosque,
el viento, o lo que sea que nos lleva.



Copos de nieve

Las babas del diablo caían en jirones
sobre el pelo o las manos, movíamos los dedos
por deshacer sus hebras pegajosas.
Lo curioso era el nombre, en las alturas
un diablo abría su boca milenaria formando nubes
o copos deliciosos como los que se venden
en plaza San Martín. Su dilución idéntica
al pelo de un anciano
andaba dando vueltas por el aire
hasta tocar la tierra finalmente, perderse entre el montón
de cosas olvidadas, pelusas, plumerillos, pétalos marchitados
por la lluvia y el frío ¿Dónde iban a parar?
¿y a dónde iba el calor de nuestras manos
cuando éramos chiquitas
exiguas, incapaces
de transformar el mundo con mínimos intentos?
Nadie sabrá decirnos dónde va lo que crece, el vigor, su belleza,
lo que se vuelve endiablado cuando cae.




Sosiego

Sin poder entender que eso inundara
mi vida cotidiana con la misma contundencia con que antes
paseabas de mi mano o comías de mi plato. Como no puede comprenderse
toda disipación de lo que es, pero nos vamos
resignando. Hay un resto que nos queda por perder,
más caudaloso cada vez, cada vez más rebelde y enojado.
Y ahora lo sé: todas las cosas que no tienen fin
se limitan en las que sí lo tienen. Infinito es lo que va a morir
sin descubrirse: el llanto con que sueño, como una catarata
que por saberse duradera encuentre
sosiego en el descenso.




(poemas de mis invitados)


Y enseguida anochece

de Salvatore Quasimodo



Cada uno está solo sobre el corazón de la tierra
traspasado por un rayo de sol:
y enseguida anochece.

Poema de autor elegido


Nubes

De Wislawa Szymborska



Con la descripción de las nubes
debería darme mucha prisa,
después de una milésima de segundo
dejan de ser ésas y empiezan a ser otras.

Es propio de ellas
no repetirse nunca
en formas, matices, posturas y orden.

Sin la carga de ningún recuerdo
se elevan sin problemas sobre los hechos.

¡De qué van a ser testigos!,
en un segundo se disipan en todas direcciones.

En comparación con las nubes
la vida parece tener los pies sobre la tierra,
se diría que es inmutable y prácticamente eterna.

Frente a las nubes
hasta una piedra parece un hermano
en el que se puede confiar
y las nubes, nada, primas lejanas y frívolas.

Que exista la gente si quiere,
y después que se muera uno tras otro,
poco les importan a las nubes
todas esas cosas
tan curiosas.

Sobre toda Tu vida
y también la mía, aún incompleta,
desfilan pomposas igual que desfilaban.

No tienen la obligación de morir con nosotros.
No necesitan ser vistas, para poder pasar.

 

 

Claudia Masín


parís, texas (de la vista, Visor, Madrid, 2002)

Me gustaría contarte lo que veo, hablarte
de los hoteles abandonados apareciendo de la nada
en el medio de la carretera como castillos solitarios
cuyos puentes levadizos hubieran sido
dinamitados hace tiempo. Me gustaría
contarte lo que veo pero es imposible
hallar un dolor que condescienda
a ser narrado ¿Vale la pena entonces,
emprender tan largo viaje para ir de un extremo
a otro del silencio? También es imposible
callar por completo: sé que terminaré por llamarte,
como se llama a alguien cuando se está a oscuras,
sin el auxilio de la voz, un estremecimiento
semejante al de esas luciérnagas
que al chocar contra un parabrisas en la ruta,
se deshacen esparciendo una nube pequeña
de polvo y luz, y ésa -quizás- es su idea
de un encuentro.


Mi mundo privado (de la vista, Visor, Madrid, 2002)

Yo ansié tener un cuerpo que practicara,
como un arte, la ignorancia de sí.
Que cayera rendido con la levedad con que caen
las hojas de los árboles. Cuando fuera inevitable,
nunca antes. Pero de tu cuerpo no deseaba
sino lo que había en él de frágil, de imperfecto:
la cicatriz que te cruzaba el pómulo, las pequeñas
arrugas en la frente. La herida
que te asemejaba a mí. Dos ramitas secas
ante la embestida de la menor brisa,
se quiebran. El camino es interminable, te decía,
da vueltas y vueltas alrededor del mundo
y en alguna de esas vueltas los que estaban
destinados a perderse, se encuentran.

Se dice que a la vera
de cierta ruta que atraviesa el desierto,
es posible hundir una vara en la tierra reseca
y en algún momento brotará el petróleo como un géiser.
Anoche tuve un sueño en el que viajábamos por días
y días para encontrar el yacimiento, a la manera
de los scouts o los cazadores de fortuna
del oeste. Al llegar era de noche,
no había una sola estrella, el pozo
estaba seco. Yo me dormía y te quedabas
al lado mío, cuidando mi sueño. No estabas allí
a la mañana siguiente.




En el sueño, alguien decía:
donde tengas tu tesoro tendrás
tu corazón. Y yo me preguntaba qué pasaría
si tu tesoro se perdiera,
qué pasaría en un juego de cajas chinas
si al llegar a la última,
la que debería contener el objeto precioso,
esa, como todas las otras,
estuviera vacía.


El regreso (de El regreso, inédito)

¿Qué trae el padre de su largo recorrido por los campos
amplios como pasillos de hospitales donde él,
médico viejo y cansado, pasea su mirada pacífica, experta,
sobre todas las cosas del mundo como si fueran suyas,
las hubiera tenido en la mano tanto tiempo
que conociera sus exactas concavidades y accidentes?
No hay nada nuevo para él, ¿pero y nosotros?
¿Preguntándonos el cómo y el porqué, desasidos como estrellas fugaces
de la generosa custodia del cielo, nosotros cómo hacemos
para mirar las cosas sin angustia, sin que nos sobre o nos falte
siempre algo: una medida quizás, cuya ausencia hace imposible
caminar sin tropezarse a cada paso?
¿Qué mirada flechó de la muerte en sus ojos, qué amor
hizo descender sobre él para después dejarlo ir,
pájaro rapaz que de un momento a otro se volvió compasivo
y desechó los restos que le eran ofrecidos,
con la magnanimidad de quien ya fue llenado, está completo?
¿Pero y nosotros, a quienes esos restos cubrirían los huesos?
No podemos pedir, ya está perdido
lo que quedaba, lo que había de más.

¿Madre, por qué no dejarme salir a los caminos, entonces?
Si no hay nada que él traiga en los brazos, ¿por qué no dejarme
ir yo misma a buscar, si ese regalo que él esconde
cuidadosamente bajo la cama es una caja vacía?
¿Qué va a ser de nosotros ahora,
si es y siempre fue mentira que de los baúles sacaba
objetos maravillosos, que podía enseñarte a pescar peces
de aletas brillantes como una moneda al sol?
¿Si es mentira que con sólo raspar un carboncito
contra su pecho creaba el fuego que iluminaba
la superficie curva de la tierra, la geometría perfecta de la casa,
o que a nuestros cuerpos pequeños, con sólo mirarlos,
los volvía exuberantes como si fueran plantas parásitas colmadas
por la savia de otra planta? Dame la libertad, entonces
soltáme esta atadura que no ata a nada,
que yo de todos modos ya lo sé: hay un cielo
como hay una tierra, hay un desorden que, extrañamente, nos cuida,
hay quien desata la peste y a veces hay cura, hay mañanas
donde vamos a ser niños una vez , una vez sola, para poder
ir tomados de la mano de él, de él que es esa tela secándose al sol
los días de buen clima, ropa dejada por un muerto, no me mientas,
no hubo padre ni habrá.


(de El verano, inédito)

A María

En las siestas de verano nace -como una flor silvestre, descuidada y exuberante- la soledad de la infancia, y un desamparo diferente a cualquier otro: el desamparo ante una belleza que no se puede compartir con nadie. Lo que se ve cuando se es niño y se es el único que mira, es un secreto que cada cual recibe, un regalo excesivo. Quien decide aceptar esas imágenes debe cargarlas solo, llevarlas consigo sin soñar siquiera con darlas a otro, con compartir el peso, aunque las manos sean demasiado pequeñas. Las horas de esplendor son siempre eso: un secreto, un tesoro que se guarda para cuando alguien -mucho más tarde- nos recuerde, con el cuerpo o la voz o la mirada, su existencia. Y un tesoro no tiene otra razón de ser que la llegada de ese momento en que va a ser descubierto, va a convertirse en el regalo que se ofrece, el don, la fiesta.


Poema de autor elegido

El guardián del hielo
Y coincidimos en el terral
el heladero con su carretilla averiada
y yo
que corría tras los pájaros huidos del fuego
de la zafra.
También coincidió el sol.
En esa situación cómo negarse a un favor llano:
el heladero me pidió cuidar su efímero hielo.
Oh cuidar lo fugaz bajo el sol

El hielo empezó a derretirse
bajo mi sombra, tan desesperada
como inútil.
Diluyéndose
dibujaba seres esbeltos y primordiales
que sólo un instante tenían firmeza
de cristal de cuarzo
y enseguida eran formas puras
como de montaña o planeta
que se devasta.
No se puede amar lo que tan rápido fuga.
Ama rápido, me dijo el sol.
Y así aprendí, en su ardiente y perverso reino,
a cumplir con la vida:
yo soy el guardián del hielo.

José Watanabe

 

 

Marina Serrano

 

Poemas de su libro "Formación hospitalaria" (Sigamos enamoradas, 2006)

Costumbre Japonesa

Aunque yo podía hacer poco por su rodilla
al terminar la sesión
ella estiró la mano
la paseó ciega por un cajón
sacó un cuadradito de papel
algo más grande que un caramelo sugus
y lo metió en el bolsillo de mi ambo.

En el pasillo lo desdoblé
envolvía otro papel
y al privarlo geométricamente de sus pliegues
descubrí
la cara celeste.

Fue el primer dinero que la salud me dio.
Poco, ilegal y significativo.


HIV positivo

Veinte años. Sexo masculino. HIV positivo.
Caída de altura. Estado de conciencia:
coma inducido.

La escama del temporal
partida, desencajada.
El contrafuerte anterior
sin solución de continuidad
ofrecía una certeza:
el cráneo ya no era
una pieza única, sólida y resistente.

No abrió los ojos mientras lo aspiraba,
gracias a Dios.

La sangre oscurecía rápidamente
el lado desestructurado,
corría entre los tejidos, sobre los tejidos
la sonda no daba abasto,
mocos, drogas, virus, en mis guantes
subían
se acercaban al borde elástico
comenzaban a infectar
a llenarme, a llevarme
con él, con esa
impericia despreocupada de las cosas.

Linfocitos aglutinados
cuerdas brotadas en las correderas
y mis palmas supinadas
abrían los dedos al aire,
siete gramos de puro ojo se aplastaban
en el piso de cada órbita.

La hibernación acabó.
Una presurosa carga viral
liberó su gula y tuve fiebre,
adelgacé como un etíope,
comencé a respirar neumonía,
sufrir la negación del sexo,
del amor, la piel intacta,
llorar a moco tendido
el tiempo doloroso que me resta.

Caminé hasta la punta de la cama,
intenté hablar de otra cosa,
deshacerme de la idea,
pero fue imposible,
la espalda resbaló por la pared
y morí con él.


Precauciones universales

Salitas vidriadas dan al pasillo,
terminan en dos puertas
para que todo pueda salir de golpe.

De un cubil a otro, estricto protocolo:
el codo en la compuerta del desinfectante,
las manos bajo el chorro,
hacer espuma diez segundos antes del enjuague,
dejar correr el agua mientras la hoja
áspera y cuadrada
las seca,
detener, papel de por medio,
el grifo pecaminoso,
arrojar a la bolsa que corresponde
el residuo patógeno.

Guardapolvo, guantes (dos pares)
barbijo, procedimientos del destete:
medir, calcular índices, aplicar criterios.
Las puertas se abren sin cortesía
y el aire se mezcla con el apuro de los radiólogos
que acarrean su máquina
de habitación en habitación
(a la basura la asepsia)

Me inclino para acomodar unos cables
mi cadena muscular posterior se estira y choca
algo consistente y metálico
vuelvo como una rama. Detrás de mí
un cuerpo encerrado en gasa blanca
cabeza y todo. Gasa blanca
pegada al contorno, remetida como una sábana.

Un poco más allá se escucha
el diálogo futbolero:
-¿Qué hacemos con esto?
-Qué se yo, déjalo ahí, en el pasillo
o metelo en el pañol.

Es así, hay que mantenerse aséptico
y correr a los muertos para poder pasar.


La mujer de los perros

Las verdades más espinosas acaban por ser escuchadas
y reconocidas una vez que los intereses heridos y los
afectos por ellos despertados han desahogado su violencia.
Sigmund Freud.

Muere.
Cinco horas muerta.
Hombres que trabajan de eso
la resucitan,
el chofer conduce,
las consecuencias quizá sean analizadas
mas adelante.

Está dañada. Nadie la reclama

Un olor profundo impregna
las paredes de su casa,
las cosas llevan ya
demasiado tiempo quietas.
¿Morirán sus perros encerrados?

La intuban
¿Para qué?

la cubren
con telas azules, ligeramente celestes,
la sangre estalla en la incisión,
apenas se apoya el filo
se abre el anillo traqueal,
anexos la nariz, la boca,
la garganta
acumulan saliva inútil.

Mantienen el orificio abierto
con la pinza mosquito,
introducen el tubo
¿Para qué?

y las paredes de la terapia
se borronean.

Camino al corredor
llego ciega a las manos de una enfermera vieja.
Me acomoda en una silla y me pregunta:
¿Desayunaste, nena?


Muerte natural

Mi abuelo falleció en su sillón
mientras la luz que atravesaba
el cristal líquido en la ventana
lo sumía en la narcosis.
Se dijo que fue:
“de muerte natural”.

Conozco la verdadera causa, y también
que solo le sirve a la medicina.
Deberíamos poder disfrutar
de esta entidad desaparecida
todo lo posible.

En estos tiempos, la gente no muere en su casa,
no hay más velorios en ellas,
se teme el morir, el cuerpo muerto.
No haber hecho
“todo lo posible” se convierte
en un martirio.
Ya no existe la muerte natural.

Hoy murió alguien, aislado, intubado,
mudo entre desconocidos
ignorantes de su individualidad.
Tras el último intento de reanimación,
lo cubrieron y llevaron a otro cubil.

Morir solo no puede ser bueno,
por eso
conduje el auto hasta mi pueblo
con mi padre moribundo, y él
miraba por la ventanilla
el paisaje que no volvería a ver.

Y murió en su casa, en sus sábanas,
con ese olor a pasto en el aire
que a pesar de ser frío, era una propiedad.
Los camiones por la avenida
hacían vibrar la casa.
Dijo lo que pudo y escuchó.
Vio lo que vio, en su última mirada.

Mi padre murió en su casa, en su cama,
su espíritu no flotó fuera
ni perdió el camino
conocía las cosas íntimas
los recovecos
de su casa.


Desconexión

"Cuando un médico va detrás del féretro de su paciente,
a veces la causa sigue al efecto."
Robert Koch

Bajo el volumen minuto del respirador
me detengo a escuchar
el soplo mecánico.
De a poco aparecen
tenues sonidos,
aumentan en el silencio
chirridos, voces deformadas
ruido de alarmas.

El doblez materno de la sábana
calca el movimiento mínimo
arrastrado
cae a los lados del colchón
y roza el dorso de mi mano.

No está bien acariciar a las víctimas,
no, si se es el victimario.

El regateo de aire la duerme,
los vidrios limpios
las persianas bajas
hacen percibir en la habitación
una especie de frescura,
el jefe de terapia
tiene en cuenta la disponibilidad,
el giro a cama caliente.

Salgo al pasillo,
interrogo
lo que sea que ande rondando,
y le aclaro, dos veces
que no tuve más opciones
que matarla.


Poema de autor elegido

Pequeño aster (Gottfried Benn)

Un camionero ahogado de cerveza fue descargado en la mesa.
Alguno le había metido un aster lilaclaroscuro entre los dientes.
Mientras yo
a partir del pecho
debajo de la piel
con un largo cuchillo
extirpaba lengua y paladar
debo haberlo empujado, pues resbaló
en el cerebro de al lado.
Se lo empaqueté en el hueco del pecho
entre las virutas
mientras lo cosían.
¡Bébete todo el jarrón !
¡Descansa en paz,
pequeño aster!


 

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