TODO LO QUE ME GUSTA EMPIEZA CON Z
En el baldío hay unas campanillas
que se abren de noche. En invierno las arrancamos.
Se les tapona el orificio y al soplar con los
pétalos apretados, explotan. No es gran cosa.
Sólo que mi hermano y yo crecimos
demasiado últimamente. Viene una vez por semana.
Lo pongo al tanto de las novedades ¡No puede ser!, me
dice. Trabaja en una librería, claro, no es cuestión
de competirle a Ribeyro, pero
los desplantes están a la orden del día para ambos.
Camino al colegio atravesábamos el baldío
con mis compañeras. A más de una le enseñé
cómo tronar fuerte. La trampa consistía en hacer torniquete
con el tallo abierto. Pero una mañana
un tipo nos esperó detrás de la morera con los
pantalones bajos y tuvimos que cambiar de ruta.
Si es tarde salgo a buscar a mi hermano con los perros.
Tironean más de la cuenta. Pareciera que huelen nuestra
familiaridad. Llega con una bolsa de cartón.
Antes de saludarme les toca las orejas
¡Es tan fácil hacerse querer! Me da un beso: lo
adoptamos hace poco, no es herencia de la casa
besarse ni darse la mano.
Chasqueo los dedos. No vuelvas con eso, me dice,
no te empeñes con escritores. Sé
de qué te hablo, me dice. Zarpar, zorocho,
el nombre Zoilo –primo de mi abuela, asesinado
por los indios-, son algunas de mis palabras preferidas.
PARAGOLPES
Mi suéter azul, con las mangas
anudadas en el centro como el cuerpo
de un franciscano raquítico.
Hacer coincidir el cuello con el borde
acanalado de abajo. Casi un balón de rugby,
o una bellota a escala Eiffel. Me parece
que podría funcionar.
Si el objetivo era amedrentarme, fue más rápido
conseguirlo que idear
una colchoneta para tus desmayos.
BÚFALO Y CONEJO
Acostumbrada a que otro venga
y tome lo que considera suyo, di la primera estocada.
Pero él, con buenas maneras, modesto casi,
siempre detrás del elogio
tuvo la aprensión, que es peor todavía.
TORTUGUERO
Pesqué el folleto del mostrador -parecido a esas barras de la
década del sesenta, mi ex cuñado hubiera dicho: ¡y
alternadoras! ¡No sabés las cosas que se veían en mi época!-,
pero nada de mariposarios ni ¿cómo los llamaste?:
colibrisarios, donde están todas las especies de esos pajaritos
que andan marcha atrás con la facilidad de una cuatro
por cuatro con tracción delantera. Volvamos: es que me
hospedaron en un hotel y a vos, creo, en la casa
del agregado cultural. Bien, el mismo premio, diferentes
comodidades. Mujer de pelo largo, en mi caso; hombre
con lentes, en el tuyo. Esa disparidad, quizás, en esta ocasión,
mientras una gota de cerveza es acarreada por tu lengua
hacia adentro, esa divergencia dice que estemos enfrentados
en un bar a las doce de la noche, y no leyéndonos poemas
en Plaza Italia así como así.
¿Te acordás de la primera vez? No tuviste mejor idea
que tender un paralelo entre mi nerviosismo y la probabilidad
de que me portara como una fiera en la cama. Bueno, bueno, dije,
caminemos. Y no te diste por aludido, aunque sé que te mordías
la lengua, y por eso preferiste que siguiéramos juntos, que
tomáramos el mismo colectivo, incluso, que yo
eligiera el siguiente bar y la fecha para volver a vernos.
Reanudemos: te llevaron adonde copulan las tortugas.
Llamativamente, te encaprichaste en hacer notar que era
una travesía ideada para millonarios -no para poetas raídos, creo,
¿eso dijiste?-, ¡Mentira!, el que ama el dinero, lo disfruta
de antemano. Y eso hacías, gastándote tus tres mil dólares
en aparentar algo que no eras. Aunque quizás, sí, por ganarte
esa suma trepaste a un pedestal que te equiparó con magnates
del cemento pórtland, los mismos que donaron
el dinero que gastaste sin pensar -sin pensar ni una vez-,
en el comedor que diez años antes le habías prometido
a tu madre en Santiago.
Mi hotel tenía nombre francés. Llevé a un amigo la segunda
noche y consultaron: ¿pernocta el caballero en nuestra casa?
Lo llamaron caballero, por la edad, supongo. Me pregunto cómo
te hubieran llamado a vos si entrabas conmigo esa noche
y qué habrías hecho en su lugar. Él no me tocó ni un pelo.
UN CORRECTOR
No abuses de los gerundios.
Tendrías que reducir
en un cuarenta por ciento
las palabras terminadas en mente.
Después te fuiste de tu casa
porque no soportabas vivir
con una mujer celosa.
Lo último que escribí
ya no pude mostrártelo.
Quedó como estaba: impreciso,
incoherente.
TRANSCRIBIÓ UN VERSO DE POUND
Conmigo se portaba como un rastrero. Deberías
matar a tu propio hijo, me decía, pero no conseguía
crisparme los nervios, tal vez porque no tengo
el instinto -¿cómo lo llaman?-, maternal.
En cambio, aquello de Pound: lo que de veras
amas, no te será arrebatado, al pie de la
letra, aunque me avergüence aceptarlo, no dudé
ni un minuto en que era posible mantenerme al margen.
Un hombre debería pensar muy bien las cosas
antes de hacerlas. Un hombre al que se le
meten ciertas ideas en la cabeza, debería
pensar dos veces las cosas antes de hacerlas.
EL FABULOSO MUNDO
Tu pantalón terminado en pliegues por obra
y gracia de la lámpara que Agustín
trajo de Pátzcuaro,
bajo la cual unos leen y otros planean
cómo arruinarnos la noche.
Los animales se arraigan a los ciclos, endurecen
las cerdas. Un hurón, por ejemplo,
te aventaja en muchos puntos, por empezar,
la vista,
aunque ocasionalmente se hermanen,
el hurón y vos: acoplarse con cualquiera por cumplir
el patrón de tu especie.
Y si bien las torcazas son despreciables por
traspasar pestes, conservan
su pareja hasta el final, lo que las vuelve
virtuosas,
al menos, bajo la óptica de mi género.
Leés en voz alta. Al acabar cada poema, tus
dedos buscan el vaso
que dejé a tus pies como una ofrenda.
Cuatro elementos: aire, tierra, líquido,
y yo
que no me pertenezco
¿Un cordero? O una paloma, Tiresias.
A LO SUMO, UNA RODAJA DE PAN
Claro que lo oímos: el cuento de los vitalistas,
y el horror al vacío de escritores como él,
acostumbrados a muslos fuertes, pero capaces de igualar
en pobreza al Milton de Paraíso perdido.
Ayer mismo lo hubiera consentido: que descorchara
otra botella –ángulo de cuarenta y cinco grados,
sobre la mesa símil mármol-, porque da lo mismo,
si de todas formas manosea con la vista
aquello que le está vedado tocar.
El adormecimiento tiene un eje común con la
lectura de poemas en público,
por eso invita,
aunque no sea su casa y no se trate de su vino,
por eso invita al desconocido delante de nuestras narices
a que se sirva otra copa.
Ayer, ayer, dice, en Colonia no se le negaba
a nadie
una rodaja de pan.
La anfitriona entorna los ojos. Ambas sabemos
lo que vendrá después: no vuelvas a traerlo, por favor, es un
positivista.
Y yo lo traigo
una y otra vez. Lo traigo con su mirada de:
¿no hay nada más para mí?
Aunque todavía no soy yo quien se lo lleva de vuelta,
a las dos de la mañana, cansado, borracho.
Ahí sí,
sí que se corroboran
pautas en relación con los chimpancés
y sus modales.
ZURITA
POEMA DE AMOR
Raúl Armando Zurita Canessa,
Zuri,
me da la espalda. Como los mormones,
que eligen cuidadosamente en qué puerta
tocar y en cuál no.
Les dijo a sus alumnos
que leyeran mis libros, pero se arrepintió:
ni ellos ni yo somos
un séquito de inconscientes.
Publican
poemas de Zuri en un diario
de Buenos Aires. Habla de trenzas rojas, de
Concepción,
de puentes sobre el Reñihue. Habla de mí.
El mismo Zurita
que no traduce la khrísma de los Evangelios
ni educa un mastín para protegerse en Valdivia.
Lee Mircea Eliade, pero
no cree en Dios. Al revés
que la tropilla de mormones -de dos en dos,
como el sermón de la montaña-: porque ellos
tienen fe, aunque
les falte educación.
Zuri,
apócope de Raúl Armando Zurita Canessa,
me da la espalda.
I want -respondo cuando tocan a mi puerta-, each
of you to write a poem.
Se quedan perplejos, a pesar
de que les hablo en la que, según creo,
es su lengua materna.
Bueno,
el mismo efecto obra en mí la espalda
de Raúl Zurita,
Zuri,
de diez días a esta parte, vía internet,
su casa en Los Españoles, la mía:
San Lorenzo 2393.
Poema de autor elegido
(Este poema de Raúl Zurita es gemelo del anterior de Cecilia Romana. Fueron escritos por la misma razón y por la misma fecha. Uno en Buenos Aires. El otro en Santiago de Chile)
ZURITA
POEMA DE AMOR
Y ya casi amanece y no puedo parar
de llorar; de llorar primero por ti
que te enamoraste de un viejo con
Parkinson, y después llorar por
las que me tomaron de los brazos
para que no me fuera y yo también
lloraba como cuando niño pero igual
me fui viejo culeado que ni siquiera
tuviste la pana de matarte y siempre
optaste por ti egoísta de mierda viejo
conchadetumadre paloma arrancá,
arrancá palomitay que no te conviene.
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