Fedro San Telmo
 
  

CICLO DE POESÍA


Coordinado por Florencia Walfisch y Ana Lafferranderie

poesia@fedrosantelmo.com.ar
(escribinos para recibir información del Ciclo)


 
   




Julio 2006

Florencia Castellanos
.
Carolina Esses
Del libro inédito Temporada de invierno.

Para entrar en la nieve

La montaña cabía en la palma
de una mano. Sólo hubo que ponerle un nombre.
Cada uno debería seguir en ella su ambición.
Su naturaleza, me corrigió mi padre.
Él, que nunca ha visto la nieve,
camina delante de mí.

Es verano.
Aquel brillo entre las piedras
podría ser la nieve.


Lago

Mis pies avanzan como flechas sumergidas.
Con el agua hasta la cintura
me alejo de la sombra de los pinos.
Quisiera registrar este momento: la luz blanca,
la resistencia blanca del agua, el cuenco pulido
donde apoyo un pie, el otro.
Cruzar hasta la orilla no parece posible.
Regresar, tampoco.
Todo centro es un lago que tiembla.


Poética

Una rama cae, precisa
en el espacio que le reserva el aire.
Cae o se deja caer
en un único movimiento.
Una ola, quiebra el silencio ¿como una ola?
El eco de mi repetición, cansa.
Quisiera caer una sola vez y con una sola palabra
pero todo se prolonga más allá de lo ordinario.
Llego, como quien regresa siempre al mismo lugar.
Y nunca tendré las palabras que quiebren
el silencio de una playa.


Bisontes

Como una procesión antigua
como si alguien dijera afuera está helando
una manada de bisontes ha hecho cueva
en nuestro silencio cotidiano.

Husmean
como chicos encerrados en departamentos
una huella, algo que no aburra.
Cae sobre la alfombra, exhausto, un bisonte.
¿Es su destino morir así
en lugar de dejarse llevar una noche
a través de la estepa cubierta de nieve?

En reposo pareces un animal enfermo
no herido, ni ultrajado por un cazador,
sino enfermo.
¿Mueren así los animales?
¿Engañados como nosotros en la quietud del paisaje?


El jardín empinado

De tarde en tarde
intento recuperar algo de lo mío.
Sorteo cañas.
A través del mallín, desciendo
y con saltitos de rana enfrento el último bosque.
La aventura termina siempre de la misma manera:
mi arnés enredado en la maleza
las cuerdas entre penachos.
Pienso que es el apuro,
el deseo, la torpeza del entusiasmo, o quizás
sea una suerte no llegar.

“Las montañas que nos rodean
no son aptas para el deporte” la escucho decir
mientras pliega entre los dedos un papel
se transforma en un pájaro, un tulipán rojo
que parecen estirarse con la naturalidad
de un pájaro, de un tulipán rojo.

Me bastan unos días
para volver a intentar la hazaña.
Pero esta vez trepo su jardín
como si fuera una pendiente
y me escondo entre las lavandas
los arbustos de rosas.
Desde ahí la vigilo.
Ella tiene los elementos que faltan
para mi supervivencia.


Carta desde el invernadero

Amiga, nunca tuve buena memoria
pero ahora apenas recuerdo
la idea del viaje.
Deberíamos haber previsto
esta inconsistencia de la voluntad
este desgano. Hubiese sido necesario
un documento escrito, algo más
que tu voz ensayada para recorrer distancias.

Intento recordar, no creas que no lo hago
pero apenas repito alguna de nuestras palabras
ella cae a mis pies, como una piedra.

Desde aquí solo puedo ver un pino, una liebre,
un refugio apenas habitable. Y no es el mío.

Entonces me escondo en el invernadero.
Soy una planta más enredada entre sus propias raíces
y espero a que ella, jardinera hábil y paciente,
se incline sobre mis hojas
como sobre su propio alimento.
Si vinieras, me encontrarías una vez más
así: enraizada en el hueco
de la mano de otra.


Estilo

Te hubiera seguido
entre espigas o lanzas.
De ser rápida como la liebre
te habría alcanzado en el monte.
Pero la sorpresa final no es mi estilo.
Aunque bien podría
no tener
estilo
sino insistir en el mismo animal
que se esconde, no persigue, ni huye.

Poema de autor elegido


POEMA 128

Dame el ocaso en una copa,
enumérame los frascos de la mañana
y dime cuánto hay de rocío,
dime cuán lejos la mañana salta-
dime a qué hora duerme el tejedor
que tejió el espacio azul.

Escríbeme cuántas notas habrá
en el nuevo éxtasis del tordo
entre asombradas ramas-
cuántos caminos recorre la tortuga-
cuántas copas la abeja comparte,
disoluta del rocío.

También, ¿quién puso la base del arco iris,
también, quién guía las esferas dóciles
por juncos de azul flexible?
¿Qué dedos atan las estalactitas-
quién cuenta la plata de la noche
para saber si nadie está en deuda?

¿Quién edificó esta casita albana
y cerró herméticamente las ventanas
que mi espíritu no puede ver?
¿Quién me dejará salir un día de gala
con implementos de vuelo,
fugaz pomposidad?


Emily Dickinson
Versión de Silvina Ocampo

Mori Ponsowy

ROMPECABEZAS

Veo las piezas en esta mesa de madera
desparramadas como caracoles marinos olvidados un día de lluvia,
sin sentido en su disposición arbitraria,
riéndose de mí irreverentes.

Tantas que ninguna caja alcanzaría:
pequeñas como óvulos algunas; otras, pesadas como el mar.
Imágenes de agua, bosques, oscuridades.
Ninguna puede ser devuelta.
Se multiplican cada segundo,
abandonan los lugares donde necesito verlas,
claman por atención si me distraigo.

El rompecabezas está en mis sueños, mis sueños en él:
no hay despertar al alivio, descanso reparador,
diferencia entre noche y día.
Imágenes adheridas a mis párpados con fuego, con agonía,
con amor: mi madre alzándome en un banco de plaza,
el primer día de escuela,
un picnic junto a un río de piedras cubiertas de lana.

¿Cómo puedes ser la misma ahora, Madre, la misma
hacia quien corrí con brazos abiertos en una playa del Perú?
¿Eres sólo lo que veo, o hay algo más en ti
que las palabras que desespero por encontrar?
¿Por qué esta inagotable mesa plena de culpa entre nosotras?
Y, dime: ¿acaso tus ojos siempre han sido tristes,
o es sólo mi mirada reclamando tu regazo?

Encajo dos piezas y luego una tercera,
pero las otras se reproducen cual células malignas,
desbordan la mesa, copulan en el aire sin vergüenza.
Como ha sido, será.
Estoy atada con recuerdos a esta silla,
sólo cuando todo encuentre su lugar estaré en libertad,
podré salir de esta casa oscura,
volver a ese domingo cuando reíamos juntas
y el miedo aún no alimentaba mi alma.

¡Si pudiéramos volver a escribir la historia, Madre!
¡Si pudieras ayudarme a descifrar el barro del que nací!
Pero estás más allá de las manos que tengo para alcanzarte:
centímetro a centímetro te acercas a tu muerte
y yo no hallo un lenguaje que baste para las dos.

Del libro "Enemigos Afuera" (Editorial del Copista).

 

NO SE REPITE LA LUNA

No se repite dos veces la luna ni el río,
dos veces no se repite tu mirada,
ni los panes se repiten aunque exclames
mil conjuros, levantes altares,
pongas piedra sobre piedra,
afines la garganta
o arranques de raíz tu último muerto.
Podrás ir de rodillas desde el lugar
donde primero viste el día,
de rodillas sobre guijarros
bajo el sol o sobre arena
hasta el preciso punto
del primer y único milagro,
pero no verás dos veces el mismo amanecer.
Nada vuelve. Tampoco tú eres el mismo.
Tan sólo tu canto se repite,
hablando para siempre en mis oídos,
recordándome dos veces
que ese lugar a donde una única vez te fuiste
es uno del que ni una sola
volverás.

 

PODEMOS TRATAR

Lo más que podemos es tratar.
Pronunciar todos los conjuros,
encender de fe el incienso
mezclar en la dosis justa
los ingredientes del mejor trago,
elegir las copas, vigilar las horas
cuidando que no escape
la única propicia.
Más, no podemos:
nada garantiza que el incienso
ascienda en lí¬nea recta,
que el perfume de las flores
no llegue rancio al cielo,
que nuestras plegarias no se desví¬en
hacia ese único lugar
que cambiará su signo
para golpearnos entre los dientes,
en el centro mismo de los sueños.

Cecilia Romana

TODO LO QUE ME GUSTA EMPIEZA CON Z

En el baldío hay unas campanillas
que se abren de noche. En invierno las arrancamos.
Se les tapona el orificio y al soplar con los
pétalos apretados, explotan. No es gran cosa.
Sólo que mi hermano y yo crecimos
demasiado últimamente. Viene una vez por semana.
Lo pongo al tanto de las novedades ¡No puede ser!, me
dice. Trabaja en una librería, claro, no es cuestión
de competirle a Ribeyro, pero
los desplantes están a la orden del día para ambos.

Camino al colegio atravesábamos el baldío
con mis compañeras. A más de una le enseñé
cómo tronar fuerte. La trampa consistía en hacer torniquete
con el tallo abierto. Pero una mañana
un tipo nos esperó detrás de la morera con los
pantalones bajos y tuvimos que cambiar de ruta.

Si es tarde salgo a buscar a mi hermano con los perros.
Tironean más de la cuenta. Pareciera que huelen nuestra
familiaridad. Llega con una bolsa de cartón.
Antes de saludarme les toca las orejas
¡Es tan fácil hacerse querer! Me da un beso: lo
adoptamos hace poco, no es herencia de la casa
besarse ni darse la mano.

Chasqueo los dedos. No vuelvas con eso, me dice,
no te empeñes con escritores. Sé
de qué te hablo, me dice. Zarpar, zorocho,
el nombre Zoilo –primo de mi abuela, asesinado
por los indios-, son algunas de mis palabras preferidas.

PARAGOLPES

Mi suéter azul, con las mangas
anudadas en el centro como el cuerpo
de un franciscano raquítico.
Hacer coincidir el cuello con el borde
acanalado de abajo. Casi un balón de rugby,
o una bellota a escala Eiffel. Me parece
que podría funcionar.

Si el objetivo era amedrentarme, fue más rápido
conseguirlo que idear
una colchoneta para tus desmayos.

BÚFALO Y CONEJO

Acostumbrada a que otro venga
y tome lo que considera suyo, di la primera estocada.

Pero él, con buenas maneras, modesto casi,
siempre detrás del elogio
tuvo la aprensión, que es peor todavía.

TORTUGUERO

Pesqué el folleto del mostrador -parecido a esas barras de la
década del sesenta, mi ex cuñado hubiera dicho: ¡y
alternadoras! ¡No sabés las cosas que se veían en mi época!-,
pero nada de mariposarios ni ¿cómo los llamaste?:
colibrisarios, donde están todas las especies de esos pajaritos
que andan marcha atrás con la facilidad de una cuatro
por cuatro con tracción delantera. Volvamos: es que me
hospedaron en un hotel y a vos, creo, en la casa
del agregado cultural. Bien, el mismo premio, diferentes
comodidades. Mujer de pelo largo, en mi caso; hombre
con lentes, en el tuyo. Esa disparidad, quizás, en esta ocasión,
mientras una gota de cerveza es acarreada por tu lengua
hacia adentro, esa divergencia dice que estemos enfrentados
en un bar a las doce de la noche, y no leyéndonos poemas
en Plaza Italia así como así.

¿Te acordás de la primera vez? No tuviste mejor idea
que tender un paralelo entre mi nerviosismo y la probabilidad
de que me portara como una fiera en la cama. Bueno, bueno, dije,
caminemos. Y no te diste por aludido, aunque sé que te mordías
la lengua, y por eso preferiste que siguiéramos juntos, que
tomáramos el mismo colectivo, incluso, que yo
eligiera el siguiente bar y la fecha para volver a vernos.

Reanudemos: te llevaron adonde copulan las tortugas.
Llamativamente, te encaprichaste en hacer notar que era
una travesía ideada para millonarios -no para poetas raídos, creo,
¿eso dijiste?-, ¡Mentira!, el que ama el dinero, lo disfruta
de antemano. Y eso hacías, gastándote tus tres mil dólares
en aparentar algo que no eras. Aunque quizás, sí, por ganarte
esa suma trepaste a un pedestal que te equiparó con magnates
del cemento pórtland, los mismos que donaron
el dinero que gastaste sin pensar -sin pensar ni una vez-,
en el comedor que diez años antes le habías prometido
a tu madre en Santiago.

Mi hotel tenía nombre francés. Llevé a un amigo la segunda
noche y consultaron: ¿pernocta el caballero en nuestra casa?
Lo llamaron caballero, por la edad, supongo. Me pregunto cómo
te hubieran llamado a vos si entrabas conmigo esa noche
y qué habrías hecho en su lugar. Él no me tocó ni un pelo.

UN CORRECTOR

No abuses de los gerundios.
Tendrías que reducir
en un cuarenta por ciento
las palabras terminadas en mente.

Después te fuiste de tu casa
porque no soportabas vivir
con una mujer celosa.

Lo último que escribí
ya no pude mostrártelo.
Quedó como estaba: impreciso,
incoherente.

TRANSCRIBIÓ UN VERSO DE POUND

Conmigo se portaba como un rastrero. Deberías
matar a tu propio hijo, me decía, pero no conseguía
crisparme los nervios, tal vez porque no tengo
el instinto -¿cómo lo llaman?-, maternal.

En cambio, aquello de Pound: lo que de veras
amas, no te será arrebatado, al pie de la
letra, aunque me avergüence aceptarlo, no dudé
ni un minuto en que era posible mantenerme al margen.

Un hombre debería pensar muy bien las cosas
antes de hacerlas. Un hombre al que se le
meten ciertas ideas en la cabeza, debería
pensar dos veces las cosas antes de hacerlas.

EL FABULOSO MUNDO

Tu pantalón terminado en pliegues por obra
y gracia de la lámpara que Agustín
trajo de Pátzcuaro,
bajo la cual unos leen y otros planean
cómo arruinarnos la noche.

Los animales se arraigan a los ciclos, endurecen
las cerdas. Un hurón, por ejemplo,
te aventaja en muchos puntos, por empezar,
la vista,
aunque ocasionalmente se hermanen,
el hurón y vos: acoplarse con cualquiera por cumplir
el patrón de tu especie.
Y si bien las torcazas son despreciables por
traspasar pestes, conservan
su pareja hasta el final, lo que las vuelve
virtuosas,
al menos, bajo la óptica de mi género.

Leés en voz alta. Al acabar cada poema, tus
dedos buscan el vaso
que dejé a tus pies como una ofrenda.
Cuatro elementos: aire, tierra, líquido,
y yo
que no me pertenezco
¿Un cordero? O una paloma, Tiresias.

A LO SUMO, UNA RODAJA DE PAN

Claro que lo oímos: el cuento de los vitalistas,
y el horror al vacío de escritores como él,
acostumbrados a muslos fuertes, pero capaces de igualar
en pobreza al Milton de Paraíso perdido.

Ayer mismo lo hubiera consentido: que descorchara
otra botella –ángulo de cuarenta y cinco grados,
sobre la mesa símil mármol-, porque da lo mismo,
si de todas formas manosea con la vista
aquello que le está vedado tocar.

El adormecimiento tiene un eje común con la
lectura de poemas en público,
por eso invita,
aunque no sea su casa y no se trate de su vino,
por eso invita al desconocido delante de nuestras narices
a que se sirva otra copa.
Ayer, ayer, dice, en Colonia no se le negaba
a nadie
una rodaja de pan.

La anfitriona entorna los ojos. Ambas sabemos
lo que vendrá después: no vuelvas a traerlo, por favor, es un
positivista.
Y yo lo traigo
una y otra vez. Lo traigo con su mirada de:
¿no hay nada más para mí?
Aunque todavía no soy yo quien se lo lleva de vuelta,
a las dos de la mañana, cansado, borracho.
Ahí sí,
sí que se corroboran
pautas en relación con los chimpancés
y sus modales.

ZURITA
POEMA DE AMOR

Raúl Armando Zurita Canessa,
Zuri,
me da la espalda. Como los mormones,
que eligen cuidadosamente en qué puerta
tocar y en cuál no.

Les dijo a sus alumnos
que leyeran mis libros, pero se arrepintió:
ni ellos ni yo somos
un séquito de inconscientes.

Publican
poemas de Zuri en un diario
de Buenos Aires. Habla de trenzas rojas, de
Concepción,
de puentes sobre el Reñihue. Habla de mí.

El mismo Zurita
que no traduce la khrísma de los Evangelios
ni educa un mastín para protegerse en Valdivia.
Lee Mircea Eliade, pero
no cree en Dios. Al revés
que la tropilla de mormones -de dos en dos,
como el sermón de la montaña-: porque ellos
tienen fe, aunque
les falte educación.
Zuri,
apócope de Raúl Armando Zurita Canessa,
me da la espalda.
I want -respondo cuando tocan a mi puerta-, each
of you to write a poem.
Se quedan perplejos, a pesar
de que les hablo en la que, según creo,
es su lengua materna.

Bueno,
el mismo efecto obra en mí la espalda
de Raúl Zurita,
Zuri,
de diez días a esta parte, vía internet,
su casa en Los Españoles, la mía:
San Lorenzo 2393.

Poema de autor elegido

(Este poema de Raúl Zurita es gemelo del anterior de Cecilia Romana. Fueron escritos por la misma razón y por la misma fecha. Uno en Buenos Aires. El otro en Santiago de Chile)

ZURITA
POEMA DE AMOR

Y ya casi amanece y no puedo parar
de llorar; de llorar primero por ti
que te enamoraste de un viejo con
Parkinson, y después llorar por
las que me tomaron de los brazos
para que no me fuera y yo también
lloraba como cuando niño pero igual
me fui viejo culeado que ni siquiera
tuviste la pana de matarte y siempre
optaste por ti egoísta de mierda viejo
conchadetumadre paloma arrancá,
arrancá palomitay que no te conviene.



 
 
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