Fedro San Telmo

 

  


CICLO DE POESÍA

Coordinado por Florencia Walfisch y Ana Lafferranderie

poesia@fedrosantelmo.com.ar
(escribinos para recibir información del Ciclo)

 

 

 

 

 

 


Julio 2007

 

Javier Adúriz

¿Me bendice?

1

Cansado de la corte, Tzu Mei, es hora
del ermitaño. El bosque llama. Vea
no es que desprecie la compañía humana,
la detesto nada más. No quiero a nadie.

El odio pareciera inapropiado, pero
sueño con los monos y su parla difusa
y río, como hace tanto tiempo. Creo
que cada flor consuma una fiesta natural.

A esta altura de mi vida, si fue vida
la mía, debiera encontrar el humor
como pulso de las horas perdidas.

Discutir con las ranas puede ser un don,
¿no? Lo mismo, percibir cada gota
en el filo de las hojas, del sombrero...

2

Su juventud conmueve, Wang. Usted
me habla del bosque como redención,
con esperanza. Y yo no espero nada
mojado de pies a cabeza, seco de alma.

Sólo mi vanidad me impide volver
a la corte, a oír de nuevo la charla
de los hombres para reír a gusto.
Ver la materia es conocer un abismo.

Cuando la flor se corrompe, la carne
se aja igual que el pétalo glorioso.
¿Hay forma más pobre de sabiduría?

Wang, ahora sé que las ranas distraen
sólo un rato. Después, llueve sin piedad
mientras el bonete se arruga... Lo bendigo.

 

para Mercedes Marmorek

Esto es absurdo

No cuelgues, Estragón, no cuelgues, ya sé que esto es absurdo.
Mirá que quedan pocas fichas y la conversación se acaba…

No pierdas la esperanza, digo, la cabeza. Al fin y al cabo
eso es algo tuyo y sin eso, disculpame, te volvés experimental…

Sí, como esa voz o voces que hacés ahora todo el tiempo,
el gemido que no para y tampoco me interesa…

¿Gogo, me oís? Tu mundo está arruinado… Digo
no pierdas la esperanza, no esperes nada de mí.

Balada del ahorcado

Aunque la soga ajuste y aún más, queme,
señor, le estoy concediendo este bailoteo
de piernas, que espero buenamente lo imante.
Me parecieron tan simpáticos sus consuelos:
eso del otro mundo, la versión de una vida
más moderna y ágil para la descomposición.
Por eso, me resulta civilmente indispensable
corresponder, de algún modo, a sus tonterías.

Con todo, y muy a mi pesar, esto es así.
Desde hace un momento –habrá visto rehusé
con dignidad la capucha– veo pasar instantes
delante de los ojos. Un vodevil, un peliculín
con carros de heno y de mierda. A propósito,
¿recuerda aquellos días de campo, riéndonos
en las discusiones sobre el teatro litúrgico?
¿No fue una juventud extraordinaria aquélla?

Es fantástico. La primavera bordaba nubes
como sueños y ahí, casi delante nuestro,
esos payasos ataviados de santos y reyes
gastaban todo un consistorio de mal gusto.
Cuánto mejor el gozo del amor, del loco
amor, los manoseos detrás de los árboles,
esa lujuria florida de pordioseros
a la que su pietismo, lástima, se rehusaba.

Pero no tema. Lo comprendo tanto. Usted
debió ser alguien, venderse al otro mundo;
yo, sin embargo, viví por nada y soy nadie.
Mi arte, al fin y al cabo, es un desvío,
un formidable desvío. Lo suyo merece,
en cambio, la mejor de las suertes, una
rutina erizada de labores y mérito, bien
que se haya arruinado definitivamente. Sí,

creamé, el azar me condujo por caminos
diversos. Su condición es una muestra
de fe sincera y a veces, un poco estúpida.
Lo que quiero decirle, mi amigo, es
que cualquier afirmación es vana. Usted
cura almas con ungüento de palabras,
y yo sólo hurgo bolsas ajenas, por placer,
por el placer de la carne corrupta y tangible.

Pero los cuerpos son espléndidos, señor,
un abismo sinuoso, donde no hay lugar
a distracciones. Una suerte de escándalo
por la vida... En suma, usted habla de espíritu,
como una novela, ficta, como su bondad.
Sepa, no obstante, que mi violencia fue mi modo
de ruego. Y mi culo pesa, vaya si pesa, querido.
Sólo aspiro a que intuya la ternura, otro amor.

Ahora mismo, creo, me ahogo y me pierdo.
Gracias por lo suyo, amigo. Hoy sí que soy actor.
¿O no subí fingiendo (casi dueño de mí)
temblores de arrepentimiento? Tal vez, la belleza
tenga su jeta de juez grave, o la del oficiante
que acaricia la cuerda. Pero esa artesanía
¿no es escenográfica? Creo haber brillado
al menos hasta esta agitación incómoda.

¡Adiós! Ahora no siento el cuello ni sé ya
tributarle una afabilidad condigna, amén
de que preciso aire... ¡Adiós, de nuevo! Quise
reconocerle sus imbéciles generosidades,
tan abundantes últimamente... ¡Qué palabrita
‘últimamente’! ¿no? Tiene
el sonido
duro
de la libertad...

 

Malambo para embajadores
-silogismo nacional en figuras-

Taco con punta, talón.
Taco con punta, talón.
Taco con taco, taco con taco.
Taco con punta, talón.

Homenaje a la bandera.

Ponchito ponchí,
ponchito ponchí,
ponchito, ponchito,
ponchito ponchí.

Vitoreo.

Talero pa’rriba, talero pa’trás.
Talero, talero,
talero, talero,
talero pa’rriba, delante y detràs.

Zapateo americano.

El coso de las dos cabezas

Y sí… no hay más remedio, Ray, salir en yunta
al pozo de la noche. Vos… de impecable perramus
reforzado y yo, en este coso un tanto inicuo.

Y sí… somos de circo, un poco clase B.
Por lo visto, el negocio reside en lo imperfecto,
en la tosca alusión al horror de pesadilla.

¿Por qué no nos perdemos en la escena de la moto,
Ray? El punto es que mañana, no bien te mires
al espejo, me vas a ver asqueado, dormido, repugnante.

 

Poema de autor elegido

UNA VISITA A WEI PA
Por Tu Fu

En la vida es tan raro el reencuentro
de dos viejos amigos
como la conjunción de las estrellas
matutina y vespertina.
Esta noche, diferente
a todas las noches,
nos pudimos sentar juntos
bajo la luz del mismo candil.
Juventud y vigor
¿cuánto tiempo pueden durar?
Nuestras barbas y cabellos
han encanecido.
Al visitar a los viejos amigos
hallo entre los fantasmas
la mitad de ellos.
Pero ahora, al verte de nuevo
mi corazón se estremece.
¿Quién podría imaginarse
que pasarían dos décadas
antes de volver a visitar tu hogar?
La última vez que nos vimos
aún no te habías casado;
¡hoy, de pronto, veo a tus hijos
delante mío formando fila!
Ceremoniosamente, y dando muestras
de alegría, presentan sus respetos
al viejo amigo de su padre
y me preguntan de dónde vengo.
Antes de que pudiese responderles
los chiquillos traen los manjares
y el vino, poniéndolos delante nuestro.
Los puerros vernales se siegan
durante el rocío del atardecer.
Luego se los guisa frescos
con una pizca de mijo amarillo.
Mi anfitrión me habla de lo difícil
que es celebrar un encuentro
y me pide disculpas
una y otra vez.
Después de diez copas
aún no estábamos ebrios:
sólo nos tornamos sentimentales
ante nuestras reminiscencias.
Mañana nos separarán
las Colinas Occidentales
y los afanes del mundo
harán que nos olvidemos
el uno del otro.

(En Poemas Chinos de la dinastía T’Ang, traducción de Raúl A. Ruy, Hachette: Bs.As.)

 

María Teresa Andruetto

 

Teresa Andruetto/ 1975/ Foto de archivo

Yo quería mandarle fotos a mi primo de Italia

 y te pedí que me sacaras una con la minifalda

nueva y las sandalias de corcho. Una donde

me vea linda, dije, y vos hiciste ésa donde estoy

apoyada en la pared que da al patio de baldosas

negras. Yo quería ser flaca como Twiggy y odiaba

tener tetas, pero el pelo me caía sobre la frente.

Quiero una foto que haga historia, dije, y vos

hiciste ésa donde me veo todavía sin dolor. Me

puse el vestido de salir, como un uniforme de

viernes o domingo. Necesitás ayuda, pregunté,

y vos dijiste, sólo un poco más de luz. El domingo

estaba yéndose a otra parte, pero nadie había

muerto todavía. Me pediste que cruzara las piernas

y yo me apoyé sobre la tapia, como una

Ottavia Piccolo de pueblo. Después le mandé

a mi primo una carta con esa frase que me da

vergüenza recordar y la frase que podría caber

en boca de mis hijas, se mezcló con una historia

de catecismo sobre las bodas de Canaá.

 

Poema de autor elegido

Patti Smith / 1975/ Photograph by Robert Mapplethorpe

Yo quería grabar un álbum que hablara de caballos

y te pedí que me sacaras una foto para la tapa.

Una foto que haga historia, dije, y vos hiciste ésa

donde yo no era hombre ni mujer. Habíamos

dormido demasiado. Me puse aquella ropa que era

como un uniforme, en la calle y en el escenario. Nada

de asistentes, dijiste, quiero un triángulo de sombras.

La luz ya había muerto entre nosotros. Me pediste

que me quitara el saco porque te gustaba mi camisa

blanca y yo me lo puse al hombro, como Sinatra,

y lo sostuve de un extremo para que no cayera. El

álbum empezaba con esa frase que yo solía decirte

por las noches: Jesús murió por los pecados de alguien,

no por los míos y la frase que hubiera cabido en boca

de mi madre se mezcló con la canción de una chiquilla

suicidándose.

 

Gabriel Reches

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Susana Villalba

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