Fedro San Telmo
 
  

CICLO DE POESÍA


Coordinado por Florencia Walfisch y Ana Lafferranderie

poesia@fedrosantelmo.com.ar
(escribinos para recibir información del Ciclo)


 
   




Junio 2007



Mario Nosotti
1
Enrique Solinas

El Pueblo

En un pueblo muy chico
donde todos nos conocemos los delitos
y la nieve se cae como pintura fresca,
y la nieve se cae como pintura fresca,

vivo.

Tengo una casa
con patio, perra y padre,
y un jardín,
y una hermana
que todo el día
se disfraza de noche.

Cuando llega la hora de descansar
nos disparamos con gritos,
pero todos somos malos apuntadores
(NADIE QUIERE MATAR A NADIE AQUÍ).

Triste es la canción que pasan por la radio
(golpean a la puerta).
Triste es la canción que viene del jardín.

Nadie atiende.
Golpean a la puerta.

Nos abrazamos
porque tenemos miedo.
(de Jardín en Movimiento, 2003)

Cambios Climáticos

Padre,
hoy te vuelvo a encontrar
en esta ciudad desesperada.
Charlemos sobre el tiempo
que es mejor
a conversar sobre otras cuestiones.
Hablemos de la lluvia o el sol
pero no me preguntes
sobre la muerte que nos sucede ahora.

La idea de parecerme a Jean Paul Sartre
aun me seduce
como el sonido de un cuchillo,
atravesando la realidad
(y no te lo digo).

Toda muerte
primero sucede en las palabras
para luego llevarse a cabo
en los ojos
(y no te lo digo).

Padre,
hoy te veo
y al mismo tiempo veo al que seré,
pero distinto.

Ya nada se puede hacer.
Es necesario.
Mejor,
charlemos sobre el tiempo.
(de Jardín en Movimiento, 2003)

San Sebastián

Él abre su cuerpo al mundo
como quien ata la voz a un árbol
y la multiplica.

Sabemos que es así,
que nada evitará su despedida,
la victoria feroz
del que ha perdido.

Si le dan a elegir
entre el silencio o el silencio,
prefiere el estallido
o la mueca
de su representación.

Ah, mi querido,
la revolución ya pasó
y no nos dimos cuenta.
Se fue como esta noche,
tratando de entender
por qué él
- tan bello y extraño -
se deja atravesar por nuestras flechas,
por qué abandona su cuerpo a nuestro mundo
y nosotros tan lejanos como Dios.

(de Jardín en Movimiento, 2003)

 

Bucólica

El olor de tu cuerpo, amigo mío,
me recuerda al color de la infancia.
Una pradera con demasiado sol
cuando no estoy triste,
cerca del río
en donde alguien dibuja mi ciudad.

Nada es tan importante ni inocente
como pensar en un día perfecto:
vaca y pasto,
los pájaros que nos sobrevuelan
como a San Francisco;
algunas flores,
sendero de amapolas;
el cielo quieto y azul
de utilería.

Sé que pronto ya no estarás aquí.
Todo es inmediato.
Sé que pronto
te ocultarás detrás del sol.

Disfrutemos ahora de este día,
que el mañana no es cierto.

Brillemos como el agua en la noche,
tan sólo para la memoria.

(inédito)

 

El Rostro de Dios

a mi madre, in memoriam

Esa mujer
extendida hasta nunca debajo de la sábana
no muestra signos de respiración.
Apenas es el resto de una imagen,
el personaje principal en bastidores
no disponible para despedidas.
Hacia los costados,
sus brazos se alargan y tocan el infinito.
Las manos se apoyan en oriente y occidente
sin ganas ya,
sin intención.

Descorro la sábana y al mismo tiempo
vuela una mosca como ninfa sorprendida.
He aquí la cuestión:
sus labios entreabiertos y la piel extraña
contrastan con el gesto de una sonrisa,
y el único signo de vitalidad
es la mosca
que ha bebido toda su respiración.

Si la mujer sonríe es porque sabe algo
que nunca terminó de decir.
Si la mujer sonríe
es porque nos ha engañado
y nunca sabremos el motivo.
Pasa el tiempo como la vida pasa,
como pasa lo bello y lo triste.
Luego la abrirán en dos
para saber la causa de su fallecimiento.
Luego,
su rostro cambiará y será otra,
alguien desconocido.

Ahora sé que éste es el rostro de Dios:
una mujer que se va y la mosca que sonríe,
compartiendo la misma despedida.
Tan sólo nos queda
cubrir el cuerpo de la desesperanza
y contemplar el aire de la noche,
fatal y divino.
(inédito)


Poema de autor elegido

Black Mask – Paulina Vinderman
(del libro Bulgaria, 1998)


En la novela negra
ella no se enamoraría del asesino,
sería la torva ingenua bailarina de cabaret
o la dulce -nada ingenua-
muñeca con ojos como ciervos, pelo
para agitar en el viento entre las acacias.
En la novela negra
no podría jamás cruzar la línea,
bajo su respiración
estarían los muros amarillos,
la seducción de un héroe al que abrazar.
Y ya no importaría la tensión del poema
o de su espalda
soportando el mundo.
En la novela negra ella no tendría esta asfixia,
este estribillo que envejece
a medida que come de su pan
y abre los brazos en la oscuridad
en un escándalo incumplido.
Si algo la habita
es la memoria de un puerto insignificante
y caluroso
donde la muerte no era un estallido
sino una conversación, una clara evidencia

 

Susana Swarc
1
Laura Yasán
1

 

 
 
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