gary snyder
Rastro de conejos,
rastro de ciervos, ¿qué sabemos?
¿Qué sabemos en la noche helada,
bajo los pinos,
recitando el poema de Leopardi
con memoria vaga, viendo
las estrellas limpísimas que acaso
anuncian la aurora boreal?
Rastro de osos,
rastro de linces, ¿qué sabemos?
¿Qué sabemos cuando la nieve quieta cubre los vidrios
y sólo se oye el sonido del cielo, afuera, lejos?
Rastro de alces,
rastro de nutrias, ¿qué sabemos?
¿Qué sabemos a la mañana siguiente, en cuclillas,
contemplando el lago donde el zorro se mojó la cola
sólo para demostrarnos que hay cierta verdad
en las palabras?
En el fondo de un pozo
cuya boca ha sido tapada desde afuera
sin un resquicio que permita la entrada de la luz
un hombre, solo, con una botella de agua.
Debe meditar, si puede, sobre la impermanencia de las cosas
pero en cambio elige adivinarse las uñas de los pies.
Ha fracasado en todo: ni el amor,
ni la pura poesía en estado salvaje,
ni el ideal paupérrimo de una vida dedicada al arte.
Tiene cuarenta años y no puede mirar hacia adelante,
tampoco hacia atrás. (El pasado
es una cortina de humo sobre todas las cosas;
su sola noción opaca los usos del presente,
en cierto modo lo desanda.)
En el fondo del pozo, el hombre,
que es chino y está a punto de morir pero no (y él lo sabe),
imagina que enciende un fósforo;
siente en la yema de los dedos la aspereza
de la pólvora: el fulgor repentino que lo fascinó en su infancia
es ahora, en el pozo, un sueño sin dimensión.
(Un fantasma sin cara, él mismo sin su aspecto.)
En el fondo del pozo el hombre podría ser cualquiera,
sumirse en la historia colectiva como quien cava una fosa común.
Ser víctima o verdugo: ha perdido los límites. Desconoce
el peso permanente que arrastra sobre sí.
Él quisiera dejarse deslizar por la vía más fácil:
hacer de sus sentidos afilados un aquí y un ahora.
Pero sólo conoce aquello que lo espera: el hambre, la sed.
Como un monje suicida o destinado a la automomificación,
el hombre —que antes tuvo una esposa, a la que amaba—
querría tener ahora, en el pozo, una campana.
Una campana de tañido minúsculo para anunciar que todavía sigue vivo.
En sus horas de miedo dice palabras sueltas, destajos de un poema
que no sabe o no quiere recordar. Pasa la yema del pulgar por los labios
resecos. Supone que sería más fácil dejar de respirar.
En el fondo del pozo el hombre quisiera ser juez de su propia vida
e inclinar el platillo hacia el lado de los inocentes,
los que sin más que su paciencia resignada esperan
las tramas infinitas.
Pero sabe que de algún modo es culpable
de estar allí sentado, solo,
en la extrema oscuridad.
(De La vida nueva, inédito)
Amor
No cabía en sus manos, no cabía en sus pies, no cabía en
su alma cuando vino. Como una cebra montaraz, pequeña, como el pelaje de
una oveja descarriada. Como escribir un poema en la mañana fría; como no
escribirlo y dejar que suceda.
Deshizo para siempre el emblema de la memoria e incendió las tierras
alambradas; buscó el néctar pasado entre el humo, y no encontró nada.
Antes de irse, rompió el cántaro y selló la fuente.
Vino y trajo el mundo nuevo, y hablamos de ciudades como cartas marcadas,
de Praga y de Lisboa y del tren que nos llevaría a Cascais mientras
leíamos, como si fuéramos un poeta cetrino y su fantasma. Como si
fuéramos la piedra y la honda. La taza de plata de la que bebe el ogro y
la medalla de oro que luce la ogresa. Lo que oculta y nombra. Lo que
nombra y lleva.
Vino como el tumulto salvaje del corazón salvaje, y me hizo conocer el
relámpago y la selva verdadera, y olimos el aire de una gruta donde
duermen murciélagos centenarios.
Vino para hacerme tocar el río austero, enemigo y reflejo del cielo.
Vino para nombrar a Héspero, la mirada del vigía en la tormenta, el filo
del cuchillo en la oscuridad de una casa ajena.
Vino para secar el mar amargo, para que la sagrada espesura del bosque
vuelva a cerrarse, para que el lobo rompa su clausura
como quien congela el metal de un candado y lo parte en dos
Poema de autor elegido
Pier Paolo
Pasolini, ¿Quién soy? (fragm.)
Aquí están
estas son las obras que anhelaría hacer
que son mi vida futura
pero también pasada y presente.
Sabés, ya te lo dije viejo amigo
padre un poco intimidado por el hijo
huésped alóglota potente, de humildes orígenes:
qué poco vale la vida!
Por eso yo querría tan sólo vivir
aún siendo poeta
porque la vida se expresa también por sí misma.
Quisiera expresarme con ejemplos,
arrojar mi cuerpo en la lucha,
pero si las acciones de la vida son expresivas
la expresión también es acción.
No esta expresión de poeta renunciatario
que no dice sino cosas y utiliza la lengua como voz
pobre, directo instrumento.
Sino la expresión desatada de las cosas,
los signos hechos música,
la poesía cortada y oscura
que no expresa nada más que ella misma
según la idea bárbara y exquisita
de que la poesía sea sonido misterioso
entre los signos orales de la lengua.
Yo entregué a mis coetáneos
y también a los más jóvenes
esta bárbara y exquisita ilusión.
Y te hablo brutalmente.
Y porque no puedo volver atrás
y tomarme por un chico salvaje que cree que su lengua
es la única del mundo
y que en sus sílabas siente misterios musicales
que sólo sus compatriotas
semejantes a él por carácter y locura literaria pueden
percibir,
en tanto que poeta, seré poeta de cosas.
Las acciones de la vida sólo serán comunicadas
y serán la poesía, porque te repito:
no hay otra poesía que la acción real.
Temblá sólo cuando la volvés a encontrar en los versos
o en las páginas en prosa cuando su vocación es perfecta.
No haré esto con alegría
tendré siempre la nostalgia de aquella poesía
que es acción por sí misma
en su apartarse de las cosas,
en su música que no expresa nada
más que la propia, árida y sublime pasión por sí misma.
Y bien, te confiaré antes de dejarte
que quisiera ser compositor de música,
vivir con instrumentos en la torre de Viterbo que no logro
comprar,
en el más bello paisaje del mundo
donde Riosto
estaría loco de alegría de sentirse recreado
con toda la inocencia de las encinas, montes, aguas y
hondonadas
y así componer música, la única acción expresiva acaso,
alta e indefinible
como las acciones de la realidad.
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