Fedro San Telmo

 

  


CICLO DE POESÍA

Coordinado por Florencia Walfisch y Ana Lafferranderie

poesia@fedrosantelmo.com.ar
(escribinos para recibir información del Ciclo)

 

 

 

 


Mayo 2007

 

Teresa Arijón

gary snyder

Rastro de conejos,
rastro de ciervos, ¿qué sabemos?
¿Qué sabemos en la noche helada,
bajo los pinos,
recitando el poema de Leopardi
con memoria vaga, viendo
las estrellas limpísimas que acaso
anuncian la aurora boreal?
Rastro de osos,
rastro de linces, ¿qué sabemos?
¿Qué sabemos cuando la nieve quieta cubre los vidrios
y sólo se oye el sonido del cielo, afuera, lejos?
Rastro de alces,
rastro de nutrias, ¿qué sabemos?
¿Qué sabemos a la mañana siguiente, en cuclillas,
contemplando el lago donde el zorro se mojó la cola
sólo para demostrarnos que hay cierta verdad
en las palabras?

 

 

 

 

En el fondo de un pozo
cuya boca ha sido tapada desde afuera
sin un resquicio que permita la entrada de la luz
un hombre, solo, con una botella de agua.
Debe meditar, si puede, sobre la impermanencia de las cosas
pero en cambio elige adivinarse las uñas de los pies.
Ha fracasado en todo: ni el amor,
ni la pura poesía en estado salvaje,
ni el ideal paupérrimo de una vida dedicada al arte.
Tiene cuarenta años y no puede mirar hacia adelante,
tampoco hacia atrás. (El pasado
es una cortina de humo sobre todas las cosas;
su sola noción opaca los usos del presente,
en cierto modo lo desanda.)
En el fondo del pozo, el hombre,
que es chino y está a punto de morir pero no (y él lo sabe),
imagina que enciende un fósforo;
siente en la yema de los dedos la aspereza
de la pólvora: el fulgor repentino que lo fascinó en su infancia
es ahora, en el pozo, un sueño sin dimensión.
(Un fantasma sin cara, él mismo sin su aspecto.)
En el fondo del pozo el hombre podría ser cualquiera,
sumirse en la historia colectiva como quien cava una fosa común.
Ser víctima o verdugo: ha perdido los límites. Desconoce
el peso permanente que arrastra sobre sí.
Él quisiera dejarse deslizar por la vía más fácil:
hacer de sus sentidos afilados un aquí y un ahora.
Pero sólo conoce aquello que lo espera: el hambre, la sed.
Como un monje suicida o destinado a la automomificación,
el hombre —que antes tuvo una esposa, a la que amaba—
querría tener ahora, en el pozo, una campana.
Una campana de tañido minúsculo para anunciar que todavía sigue vivo.
En sus horas de miedo dice palabras sueltas, destajos de un poema
que no sabe o no quiere recordar. Pasa la yema del pulgar por los labios resecos. Supone que sería más fácil dejar de respirar.
En el fondo del pozo el hombre quisiera ser juez de su propia vida
e inclinar el platillo hacia el lado de los inocentes,
los que sin más que su paciencia resignada esperan
las tramas infinitas.
Pero sabe que de algún modo es culpable
de estar allí sentado, solo,
en la extrema oscuridad.

(De La vida nueva, inédito)

 

Amor

No cabía en sus manos, no cabía en sus pies, no cabía en su alma cuando vino. Como una cebra montaraz, pequeña, como el pelaje de una oveja descarriada. Como escribir un poema en la mañana fría; como no escribirlo y dejar que suceda.

Deshizo para siempre el emblema de la memoria e incendió las tierras alambradas; buscó el néctar pasado entre el humo, y no encontró nada. Antes de irse, rompió el cántaro y selló la fuente.

Vino y trajo el mundo nuevo, y hablamos de ciudades como cartas marcadas, de Praga y de Lisboa y del tren que nos llevaría a Cascais mientras leíamos, como si fuéramos un poeta cetrino y su fantasma. Como si fuéramos la piedra y la honda. La taza de plata de la que bebe el ogro y la medalla de oro que luce la ogresa. Lo que oculta y nombra. Lo que nombra y lleva.

Vino como el tumulto salvaje del corazón salvaje, y me hizo conocer el relámpago y la selva verdadera, y olimos el aire de una gruta donde duermen murciélagos centenarios.
Vino para hacerme tocar el río austero, enemigo y reflejo del cielo.
Vino para nombrar a Héspero, la mirada del vigía en la tormenta, el filo del cuchillo en la oscuridad de una casa ajena.
Vino para secar el mar amargo, para que la sagrada espesura del bosque vuelva a cerrarse, para que el lobo rompa su clausura
como quien congela el metal de un candado y lo parte en dos

 

 

Poema de autor elegido

 

Pier Paolo Pasolini, ¿Quién soy? (fragm.)

 

Aquí están

estas son las obras que anhelaría hacer

que son mi vida futura

pero también pasada y presente.

Sabés, ya te lo dije viejo amigo

padre un poco intimidado por el hijo

huésped alóglota potente, de humildes orígenes:

qué poco vale la vida!

Por eso yo querría tan sólo vivir

aún siendo poeta

porque la vida se expresa también por sí misma.

Quisiera expresarme con ejemplos,

arrojar mi cuerpo en la lucha,

pero si las acciones de la vida son expresivas

la expresión también es acción.

No esta expresión de poeta renunciatario

que no dice sino cosas y utiliza la lengua como voz

pobre, directo instrumento.

Sino la expresión desatada de las cosas,

los signos hechos música,

la poesía cortada y oscura

que no expresa nada más que ella misma

según la idea bárbara y exquisita

de que la poesía sea sonido misterioso

entre los signos orales de la lengua.

Yo entregué a mis coetáneos

y también a los más jóvenes

esta bárbara y exquisita ilusión.

Y te hablo brutalmente.

Y porque no puedo volver atrás

y tomarme por un chico salvaje que cree que su lengua

es la única del mundo

y que en sus sílabas siente misterios musicales

que sólo sus compatriotas

semejantes a él por carácter y locura literaria pueden percibir,

en tanto que poeta, seré poeta de cosas.

Las acciones de la vida sólo serán comunicadas

y serán la poesía, porque te repito:

no hay otra poesía que la acción real.

Temblá sólo cuando la volvés a encontrar en los versos

o en las páginas en prosa cuando su vocación es perfecta.

No haré esto con alegría

tendré siempre la nostalgia de aquella poesía

que es acción por sí misma

en su apartarse de las cosas,

en su música que no expresa nada

más que la propia, árida y sublime pasión por sí misma.

Y bien, te confiaré antes de dejarte

que quisiera ser compositor de música,

vivir con instrumentos en la torre de Viterbo que no logro comprar,

en el más bello paisaje del mundo

donde  Riosto estaría loco de alegría de sentirse recreado

con toda la inocencia de las encinas, montes, aguas y hondonadas

y así componer música, la única acción expresiva acaso,

alta e indefinible

como las acciones de la realidad.

 

 

 

 

 

 

Carlos Battilana

Estos poemas pertenecen al libro inédito: paso de los libres.

Filatelia

mi padre
colecciona estampillas

es una tarea
menor
que requiere
de atención
y de goce

de joven
ha trabajado en el Correo
y su amor
por las formas y los colores
posiblemente
se remonte a ese origen

los sábados
por la mañana
de 1970
setenta y uno
acumula
4 álbumes
y ordena
las nuevas
y viejas estampillas
de argentina, usa,
brasil y canadá

las mueve
de lugar
las desplaza
minuciosamente
usando
una pequeña pinza
de depilar

yo
observo la tarea
a la distancia
y admiro
esa labor
artesanal
la precisión
que requiere
el cuidado
de una tarea ociosa

Parrilla

Sobre el fin de la calle
rumbo al cuartel
hay un asador:

es verano
pero corre una pequeña
brisa.

Mi padre
mi madre
nuestros hermanos
disfrutan de la cena
familiar
al aire libre.

No hay nada qué temer
estamos abrazados por el campo
el mundo acontece en ese punto
minúsculo del universo. Tengo
seis años. Conozco
todo
lo que me circunda.
Somos libres
en el lugar.

Mi padre es feliz;
se rodea de sus hijos
de su mujer
tiene información suficiente
para proveernos
durante algunos años:
axiomas, libros, narraciones
de adolescencia.
Ahora que
su muerte es fresca
y reciente, recreo el instante
en que mi padre
distribuye la carne,
las achuras, las ensaladas
en derredor.
Mi madre lo roza con los ojos
y deliberadamente
lo deja hacer
deja que su fuerza crezca
allí, en ese punto
minúsculo del universo.

El pasto que hace poco me acompaña

Mi madre me pone el delantal
blanco. Nos sacan
a los dos hermanos
la foto
del comienzo de clases. Sonreímos.
Al fondo
la pared gris
es lisa,
hace de nuestra vida
un panorama lleno de color
monótono. Sin embargo
la luz del sol
el aire liviano del verano
acompañan
nuestros primeros días de marzo.
De algún modo
somos felices
estamos habilitados
para querer
a nuestro Padre.

Hoy,
mi hijo Marcos
nombra a Andrés
a Ricardo. Le pongo
el delantal, lo acaricio,
sus palabras no me reclaman
nada, y hago un esfuerzo
sobrehumano
por comprender, por devolverle
parte de mi vida.

En la comparación
siempre me vuelvo Menor. Los días
pasan. ¿Qué hacer?
Acumulo poco a poco
todas las horas vividas,
no podré leer muchos más libros,
mi comunicación
resulta insuficiente, ¿qué hacer?

Con el oxígeno que queda
haré un círculo perfecto
y no alabaré
el desgaste de la materia, lo que pronto
se acaba. Furioso, impasible,
pediré
besar todas las noches a mi hijo
mirar por TV todos los partidos del Campeonato
caminar sobre el pasto verde
que hace poco
me acompaña.

 

¿Cómo despedirse de un Padre?

Mi padre muere.
Aturdidos por el trabajo
creemos que el mundo
es estable.
Algo hacemos
para salir
de lo Oscuro
y buscamos
con sordidez
otra vez
las horas
contadas
recogemos oxígeno
de donde sea
y así
exorcizamos
con palabras
lo que resulta ruinoso. El mercado
el tráfago las personas
que besamos a diario
“nos contienen”. Desbandados
no somos nadie,
errabundos del sistema
arrancamos con manos
callosas los pedazos
de un Ser que es un Río
lleno de imágenes acuosas.
Al fondo
el vidrio de un edificio
que absorbe
la luz de las 6
de la tarde
-congelada, invernal-
probablemente
nos mira. Escruta
con alguna oportunidad
nuestros pequeños pasos.

Dioses

Cenamos. Mi padre, mi madre
arman con palos y ramitas
un jardín secreto.

Han huido de la gran Ciudad
y se han detenido
al costado de un Río.
Lo verde del paisaje
les resulta
completamente extraño,
pero no se quejan.
El deseo de los días a venir
consume
sus nuevas horas. Anochece.
Hay un fresquito
que contrasta
levemente
con el sol del día. Mi padre
nos dice
que vamos a dar una vuelta
en el auto. Dejamos
los platos
con restos de comida.
Es una de las cosas
que más me gusta:
pasear, “dar una vuelta”
por el pueblo.
Mis padres
son fuertes
toman oscuras decisiones
y se llenan, poco a poco,
de algunas certezas. Alejados
del centro
y de la pasión
de sus propios ancestros
fundan un nuevo mundo.
Pronuncian palabras para Siempre
celebran ritos construyen
símbolos
rezan en voz alta
oraciones profanas
se tocan los cuerpos
se toman de la mano
se protegen
con el alimento
de su propia mitología.

Poema de autor elegido

5

Suave es caer en la habitación
cuando hemos dejado detrás
esa acumulación crujiente de horas
quemadas para vivir.

Suave la presencia de los muebles
la línea de tu nuca acompañando
la inclinación de tu cabeza sobre el libro.
Suave el fondo de mar de tus ojos.

Y más suave la hora -en que ya cansado
pero terriblemente libre- enciendo
la lámpara que apagaré muy tarde.

Juan Manuel Inchauspe
(de Poemas)

 

Eduardo Mileo

De POEMAS DEL SIN TRABAJO, Ediciones en Danza, 2007.

 

 

Paisaje del Desamparo

 

Baja el dolor como del cielo.

Llega desde el mar

          Desde la sombra.

Clama como un árbol,

contra el viento.

Se levanta sin dios,

amanece sin templo.

Es una gota de barro

en el desierto.

 

El que está sin amor

camina lentamente.

Hasta el aire lo hiende

de astillas y plumas.

Muerde la vergüenza,

mastica la desdicha,

y es la comida que rumia eternamente.

 

El que está sin trabajo

camina lentamente.

Y mira la sin amor

y lo cree sin trabajo.

“Somos como dos gotas

-dice-

de sangre en la sangre.”

Y el dolor baja del cielo

y clava su estalactita.

 

Llega desde el mar

como la sombra.

Clama contra el viento

como un árbol.

 

 

 

Paisaje con policías

 

Por la vereda del sol

camina le resto de los mortales.

Por la vereda de la lluvia

se hacina el sin trabajo.

 

Él sabe que se trata de cruzar la vereda.

Pero la calle esta dura.

Y llena de policías.

Canta el sin trabajo algo

parecido a un rumor.

La sorda melodía el paso imita

la carreta de la esperanza

la rueda

cuadrada de la fortuna.

“Si tuviera un amor

-piensa el sin trabajo-

cantaría una rumba.

Pero no tengo un centavo

y canto una vidalita.

 

 

Sueño con empleado estatal

 

Papeles.

Tan sólo papeles.

Un oscuro precipicio de papeles.

 

Rezar

sobre el escritorio

a una lámpara quieta.

 

Habría que llorar de absurdo.

Llegar al cero Kelvin burocrático.

Pero hay que vivir.

Llenar papeles.

Escribir las horas

para que el tiempo resista.

 

Una mujer pregunta algo

sobre la pensión de su marido.

La respuesta es no

o faltan papeles.

 

Habría que tener

-quizás no siempre-

antorchas en la mano.

 

 

Lengua a la vinagreta

 

Cuando la tarde se inclina

el sin trabajo agacha la cabeza 

y vuelve sollozando

la occidende.

 

Morón.

Todas la moscas a miran al cielo

pero llueve sólo agua.

nadie ha visto nada similar a un bocado

porque miran por la boca.

En la ceguera de la hambruna

los ojos titilan como luciérnagas.

Parecen de perro las miradas

que padecen el brillo gástrico del crimen.

 

“Qué se le va a hacer”

-piensa el sin trabajo-

y el huracán de la humedad le venda el rostro

no más abrir la puerta.

De tanto no oler asado

se le atrofia la pituitaria

y él vacila entre quedarse o salir

que es quedarse afuera.

 

“Como todas las bocas miran al cielo

llueve sólo agua”-dice-.

Nadie en el cielo ve cómo

también la lengua se atrofia 

como el hambre.

 

 

San Cayetano

 

Es un día de fuego.

Estalla en los ojos

el sol de la cúpula

y es un incendio de odio la campana.

 

Cantan los fieles una fe que se apaga.

San Cayetano tiene la espiga marchita.

 

Pero bailan como alambres

Las filas como fidedignos,

las columnas encendidas de la grey.

 

Es un día de fuego

porque hay fuego en los ojos

porque es de fuego el rostro que confía.

 

Es de fuego y tiene hambre.

La sombra no se come.

 

Ya no se bendice el agua.

Dios no tiene perdón.

 

El que está sin amor 

o el que está sin trabajo

abandona la fila de creyentes

y camina junto a las paredes

escritas por los herejes.

 

 

En la ruta

 

El sin trabajo huele a quemado.

Su aspecto de sí mismo

lo descubre ante le mundo.

Como el amor se come con champán,

el sin trabajo no piensa enamorarse.

Pero vivaces

sus ojos se despiertan

cuando huele en el aire.

El sin trabajo cree en el humo

de las gomas encendidas.

 

Poema de autor elegido

Mark Strand

 

En un campo
soy la ausencia de campo.
Siempre sucede así:
dondequiera que esté
soy aquello que falta.

Si camino parto el aire
mas siempre
el aire vuelve
a ocupar el sitio donde mi cuerpo estuvo.

Todos tenemos razones para movernos:
yo me muevo
para mantener las cosas enteras

 

 

(Traducción de Reynaldo Jiménez y Violeta Lubarsky)

 

Paulina Vinderman

 

Pisadas sobre el vidrio

8

La región espera la lluvia como yo el poema,
los árboles deformes como orejas deformes,
las bocas ávidas como perfectos copones de bronce.
El calor como un techo demasiado bajo,
la postergación como emblema.
Me siento a mis anchas, yo también, a esperar.
Nadie sabe que danzo como una loba vieja
sobre una terraza que arde.
Que recuerdo los bosques y colmillos filosos de mi vida
en la rogativa.
Cuando, al fin, las gotas empiezan a caer
sobre los baldes y las ilusiones, corro a atrapar
las palabras que el cielo envía:
pobres pájaros que enjaulo sin misericordia.

 

9

Ese hombre habla en miedo
y el miedo es un idioma duro de entender.
Se disfraza de hostilidad, envenena el silencio,
lo hace girar extraviado, sin jardín alguno
donde el relato pueda confiarse, volver a ser
una canción de náufragos al calor del alcohol.

Me destina una habitación que semeja un armario
(ni siquiera hay una biblia en la mesa de luz)
¿Será mejor pensar el mundo desde esta celda?
Un cartel imaginario dice:
La búsqueda del tesoro empieza aquí.
La poesía lleva tatuado el jeroglífico:
el arte de ver el vuelo de los gansos salvajes
(desde mi ventanita)
como si me perteneciera.

11

Esta es una ciudad mediterránea y extraño el mar.
Un viento furioso la cubre de polvo
todas las tardes a las seis.
Estoy tan enojada como el viento y no sé qué hacer.
¿Acudir al té de la liebre de marzo?
El poema es ahora un chillido silvestre
que debo controlar hasta el absurdo:
Allí la Reina Roja se envía a sí misma la orden
de perder la cabeza
(pero no el alma localiebre, el alma no).

Sobre breves tazas de té, delineamos con dificultad
un cielo provisorio.
La furia -casi maciza- contrasta con la dinastía
de la porcelana y se desvanece.
Mi corazón y el mantel cubren, la soledad
carcomida por el resplandor de los papeles.

14 Poste Restante

Salgo del correo con la voz ronca, la piel pálida
en un día que palidece.
—No tiene carta— ha dicho recién una boca amable
bajo unos anteojos de marco grande.
(¿y cómo podría ser de otro modo,
si ni siquiera recuerdo cuándo partí?)
He perdido mis lágrimas, mi tren, he perdido
mi oportunidad.

Estoy en un andén sucio junto a un hombre
que apoya el sombrero de fieltro sobre la valija.
Hay un poder voluptuoso atrapado en la visión
del último vagón, en el triunfo de lo callado.
El hombre se mueve en blanco y negro.
Se hunde en su estrecha vida como yo en la mía.
¿A cuál habitación regresará?
¿Habrá alcanzado a ver el girasol entre las vías?

Salgo del correo a una noche que parece
abrirse para siempre como ese girasol salvaje,
solitario, huérfano de historia, que parte el cielo en dos.

 

Poema de autor elegido

MICHAEL ONDAATJE

Última tinta

En algunos países el aroma traspasa el corazón
y uno muere a medio despertar,
en la noche, mientras pasan el buho y el carro del asesino
del mismo modo alguien en tu vida hablará de amor y dolor
luego te dejará riendo.

En ciertas lenguas la caligrafía celebra
el lugar donde encontraste por azar
la flor del ciruelo y la luna

—la luz del crepúsculo, la forma de la nube,
grabados para siempre en tu corazón
y el resto del mundo— caos,
gira alrededor de tu barca de invierno.

Noche del ciruelo y de la luna.

Años más tarde la compartiste
con un pergamino o aplicaste
la tinta a la piedra
para captar la visión de una vida.

Una condensación de tiempo en las montañas
—tu puerta hinchada por la lluvia, un verano
escaso de contacto humano.
Sólo campanas de otro pueblo.
El recuerdo de una mujer bajando la escalera.

(de Handwriting, versión de Paulina Vinderman)


 

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